Padre Parladé: «He temido muchas veces por mi vida en Sudán del Sur pero te acostumbras»

El sevillano José Javier Parladé, misionero comboniano, relata sus experiencias durante cerca de 50 años en Sudán del Sur en medio de la guerra y cómo ha logrado construir 19 escuelas en la misión de Yirol con la ayuda de la ONG Amsudan

El sevillano Padre Parladé asegura que en los 49 años que lleva en Sudán del Sur nunca quiso volver a Sevilla. A pesar de la guerra, de la violencia, del hambre. De tener que huir demasiadas veces al oír los disparos de las Kalashnikov. En el tiempo en el que estuvo solo en la misión, el obispo llegó a pedirle a este misionero comboniano que regresara por ser demasiado peligrosa su estancia. Y a punto estuvo. Las mujeres de la tribu lloraban pensando en que se iría, ese blanco de paz que había llevado la educación a sus hijos con la construcción de decenas de escuelas, ese sevillano que los defendía mediando con los militares. José Javier Parladé explicó al obispo que no podía irse, que no quería escapar, y se quedó. Ahora, con 78 años, confiesa que ya no tiene la energía de antes y a veces sí se plantea volver a la ciudad donde nació, pero está demasiado acostumbrado a la gente y al clima de Sudán. «Me encuentro a gusto con ellos, me siento unido a su gente y útil, lo que me da vida; con esta edad en Sevilla ya no sirvo para nada».

Estos días, el padre está en Sevilla. Viaja cada dos años para revisiones médicas. Los sevillanos que apoyan su misión en Yirol con la ONG Amsudan aprovechan para hacer coincidir con su estancia el almuerzo solidario que todos los años organizan para recaudar fondos. Será este sábado en el Real Club Pineda de Sevilla. Veinte cocineros amigos y concienciados con la causa cocinarán en el hipódromo en una ambiente familiar. Gracias a este apoyo, ya se han construido 16 escuelas primarias, dos secundarias, un jardín de infancia, centro de formación para adultos, un seminario, centros de acogida para niños de la calle y una casa para las monjas. Se han escolarizado más de 10.000 niños.

José Javier Parladé atiende a Sevilla Solidaria en el restaurante Viejo TIto antes de reunirse en una mesa con todos sus hermanos

¿Cómo es Yirol?

La violencia y la inseguridad es muy normal.  Yo estoy con la tribu de los denkas, formada por pastores. Piensan que Dios, que ellos llaman «Nhialic», les dio las vacas. Pero tenemos otra tribu que cree que se las dio a ellos, así que hay una constante lucha. Esta tribu viene a robar las vacas porque dicen que les pertenecen y siempre hay algún muerto. Antes venían con lanzas y ahora con Kalashnikov.

Durante muchísimos años la lucha fue con los árabes, una guerra muy complicada porque los árabes se consideran muy superiores a nosotros. Sudán del Sur se independizó y ahora el problema es que la frontera no se ha delimitado estando el petróleo justo ahí. Antes o después habrá otro enfrentamiento.

¿Cómo ha evolucionado con su ayuda?

Hemos ido creando muchas escuelas. He trabajado mucho en la educación porque es lo único que puede hacer progresar a la gente. Cuando la guerra, yo estaba en la parte de los rebeldes y allí no había gobierno. Fui por las aldeas explicando que si seguíamos sin escuelas no habría ningún futuro para los jóvenes. Así que las fuimos creando debajo de los árboles o haciendo pequeñas chozas.  Los que sabían algo colaboraban como maestros aunque no les podíamos dar ningún dinero. Así estuvimos bastantes años hasta que llegó la independencia. Llegué a tener 260 maestros voluntarios y 17 ó 18 escuelas. Después pasaron al gobierno que se encargaron de los sueldos, aunque son bajos. Nosotros nos quedamos con 4 escuelas bastantes grandes en el centro. Una de ellas tiene 2.800 alumnos.

¿Se les ayuda con la alimentación a estos niños?

Hay una asociación escocesa que nos procura alimentos como chícharos, harina o un poco de aceite y sal. Ahora mismo tengo 19 escuelas donde distribuyo comida para que coman una vez al día.

¿Y es complicado escolarizar a los niños?

Los denkas son pastores nómadas, siempre van con las vacas de un sitio para otro. El padre, que tiene mucha autoridad, va decidiendo qué hijo va con las vacas, con las que pasan todo el día, y quién estudia. Para ellos lo importante son las vacas, así que los más altos y fuertes son los que se encargan de ellas porque están orgullosos de esta tarea. La mitad de los niños están con las vacas y la otra mitad se queda en el poblado. Estos últimos son los que vienen a la escuela.

Escuela «Ciudad de Sevilla» en Panakar

¿Y las niñas van a la escuela?

Es la lucha que tenemos ahora. Naciones Unidas nos ha ayudado para dar un saco de grano a cada familia que manda a la niña a la escuela, porque ella es un valor al casarlas y recibir la dote; y no quieren renunciar a eso. Tampoco quieren que estén en la escuela con los niños. Por ello, hemos hecho escuelas solo para niñas aunque no sea algo demasiado moderno en España, pero así las familias están aceptando que vengan. Ellos dicen que las niñas tienen la inteligencia de una gallina, y ahora están demostrando que no, que pueden valer incluso más que los niños.

¿Cómo es la situación de la mujer adulta?

Estamos luchando por la promoción de la mujer. En cada poblado hemos ido distribuyendo dos bueyes con un arado para que grupos de mujeres trabajen juntas en huertos cercados. Este año hemos hecho también un taller de peluquería y otro de costura. En algunos sitios ya están teniendo trabajos remunerados.

¿Qué salidas están teniendo los niños?

Tengo ya bastantes grupos que están en la Universidad en Yuba, y los estamos ayudando, es algo que estamos hablando de ampliar con Amsudan. Y tenemos también internados para los jóvenes que están en la educación secundaria en la ciudad. Todo de manera muy sencilla, tienen que trabajar para colaborar. Tenemos un campo muy grande de cacahuetes y con lo que se consigue ellos se compran los zapatos y cosas por el estilo.

¿Quiénes le ayudan en el terreno?

Yo llegué solo, pero ahora somos cinco misioneros combonianos. Dos son polacos, uno de Togo y otro de Italia. Después, tenemos dos hospitales en el cual tenemos un buen grupo de voluntarios italianos a través de una asociación, con cirujanos, médicos y enfermeros. También la gente de allí poco a poco colabora y trabaja con nosotros. Y, por supuesto, tenemos a la asociación de Amsudan que nos ofrece gran parte de la ayuda.

¿Cómo surgió la ayuda de Amsudan?

Fue a través de una conferencia que di en Granada, donde un grupo de amigos me conoció y quiso ayudarme en un proyecto. Estaban Juan Orbaneja y Javier Maza, que ahora son el presidente nacional y el de Sevilla. Con los primeros fondos construyeron una escuela en 2007 en Parakar que se llama Escuela Ciudad de Sevilla y ya tenemos muchísimas más.

¿Cómo se le explica a alguien que no ha estado allí lo necesario de colaborar?

Juan Orbaneja suele venir todos los años con un grupo de personas que ven cómo se desarrollan los proyectos que hacemos, y ellos se quedan con la fotografía de qué es aquello y la cuentan al volver.

¿Tuvo siempre claro que quería ser misionero?

La vocación es así. Lo estuve pensando mucho tiempo y lo decidí finalmente después de pasar seis meses en cama por una hepatitis. Entré en el seminario en Sevilla y después en los combonianos. Con 30 años me fui a Damasco a estudiar árabe durante dos años. Y luego al norte de Sudán.

Habrá vivido situaciones muy extremas

Constantemente escapando, aunque todos me conocían. Hubo un tiempo durante la guerra en la que viví 12 años solo en una capilla en la zona que estaba en manos de los árabes. Durante el día me venían los de allí porque tenía un dispensario y como no teníamos médicos trataba de curarlos con la poca medicina que tenía. Y durante la noche venían los rebeldes. Pasaba un miedo tremendo porque si me cogían los de allí con los rebeldes me hubieran matado. Pero no me quedaba otra que atenderles. Vivía de día con un bando y de noche con otro.

¿Recuerda algún situación en concreto en la que temiera por su vida?

Temer por la vida muchísimas veces, pero ya te acostumbras. Recuerdo una vez, un día antes de Navidad, que tuve que escapar. Era tarde, y yo acababa de llegar a pie de otro poblado. Un catequista se me acercó y me dijo: «padre, tenemos que irnos que están llegando». Yo estaba cansadísimo de andar y le dije que no, porque, además, muchas veces decían que venían y al final no llegaba nadie. A medianoche escuché ruidos, me asomé y vi que venían escapando las familias de los militares del poblado. Me quedé con ellos y al rato y me acosté porque estaba realmente muy cansado. Al poco tiempo escuché lo que pensé que era música, pero resultó ser el sonido de las Kalashnikov. Empezó a temblar todo. Recuerdo que no lograba ponerme los pantalones. Se me metían los dos pies por el mismo hueco. Logré coger el pasaporte y salí a la carrera. Todos se habían ido. Me llegó una mujer y me dijo «padre, por favor, llévese a mi niña que me la matan». Al tiempo me crucé con una moto que me recogió y montamos a la pequeña. Estuve cuatro o cinco días con la niña, que lloraba y no sabía qué darle. Finalmente llegó la madre y se la pudo llevar con ella.

La vida era así. Esa no fue la única vez que escapé, fueron muchas. Luego, estuvo la época en la que bombardeaban dos o tres veces al día. Cuando se sentía el avión nos íbamos a la carrera a un agujero que ya teníamos hecho.

¿Se saca algo positivo entre esa dura realidad?

Ves la unión de la gente, cómo se ayudan unos a otros. Escapé muchas veces con ellos sin apenas comida. Tenían lo poquito para sus niños y siempre me traían algo a mí para comer. Lo ponían en común todo. Otra cosa es esa capacidad que tienen de reírse. Durante la huida están todos gritando, pero pasado el momento, se pueden poner a bromear. También me impresiona enormemente su capacidad de perdonar. Con todo lo que le han hecho los árabes, tras la independencia los acogen sin problema, saben olvidar. Es complicadísimo eso de perdonar. Son pastores y tienen la obligación de vengarse, pero pasado el momento olvidan. Yo no soy capaz de hacerlo así. A mi me querían trasladar al norte con los árabes pero no consentí porque después de todo lo que he visto tengo algo en la barriga que no se me quita, y vivir en medio de gente a los que no logro amar no me parece justo.

 

IV Top Chef Cuchareo de Amsudan

Tendrá lugar el sábado 13 de abril a partir de las 14.00 en el hipódromo del Real Club Pineda de Sevilla. Veinte cocineros prepararán un plato de su especialidad para este almuerzo benéfico. Tras éste habrá un DJ y un grupo de flamenco. Las invitaciones se pueden adquirir por 45 euros en la Tienda Lester en la calle Muñoz Olivé, en el propio club el día del evento o a través del teléfono 637838097. Existe, además, una Fila Cero para quien quiera colaborar haciendo su donación directamente a la cuenta de Amsudan.

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