Una paliza, una persecución política y una ilusión: tres historias de acogidos en el Centro Miguel Mañara
Cuando se pierde un hogar y se termina en la calle se pierde todo. No sólo el dinero, también el apoyo familiar, la salud o la esperanza. Conscientes de ello, en el Centro Miguel Mañara de la calle Perafán de Rivera atienden a personas sin hogar que necesitan una oportunidad y una mano amiga que crea en ellos. Sevilla Solidaria se interna en sus muros, aspira el olor de los fogones de sus cocina y la fragancia a hogar de sus pasillos, y charla con algunos de los allí acogidos.
Una paliza que lo cambió todo
Ginés tiene 64 años y es de Teruel aunque se crió en Sabadell. Confiesa que no tiene ninguna estabilidad desde que salió de casa de sus padres a los 23 años. Trabajando en lo que podía, alquilando habitaciones o pisos para los que le llegaba el dinero y durmiendo en la calle si no alcanzaba. Así por Cataluña, Madrid, Andalucía, Extremadura... casi toda España. Viajaba con una familia de feriantes cuando llegó a Sevilla y supo que con su edad ya no podía serles útil. Hace un año de eso.
Dormía donde podía, hasta que una noche en la Alameda de Hércules, sin previo aviso, recibió una paliza y le quitaron lo poco que tenía. Fue entonces cuando habló con una trabajadora social de la ONG Solidarios para el Desarrollo y al poco fue alojado en el Centro Miguel Mañara. «Es una vida muy tranquila donde hay que adaptarse a las normas y valoro mucho lo que hacen, siempre digo que si tuviera dinero me compraría una finca para organizar lo que hacen aquí las hermanas», explica.
Aunque vivir en la calle es duro, Ginés quiere quedarse con lo bueno que se ha encontrado. «En la Plaza Nueva, una noche durmiendo un grupo de jóvenes bajó la música que tenían por mí y me dieron algo de dinero, también una chica cada vez que iba al supermercado me traía algunas bolsas de comida», recuerda agradecido. Aún así tiene un mensaje claro: «los que están en la calle también son personas, cualquiera puede verse en esa situación».
La persecución política
Este africano, que por seguridad prefiere mantener oculta su identidad, huyó del país en el que nació. Estaba amenazado de muerte. Luchando por los derechos humanos, vio morir a compañeros o cómo desaparecían sin más información. Los envenenaron a ellos y a sus hijos, les dieron un tiro a plena luz del día o les golpearon hasta la muerte. Él tuvo suerte. Buscando una salida pudo contactar con las Hijas de la Caridad que le ofrecieron este alojamiento en Sevilla.
«Ahora estoy leyendo para mejorar el español, conseguir el asilo, traer a mi familia y poder seguir luchando», explica a Sevilla Solidaria, con temple y seguridad, a pesar de las desgarradoras imágenes que debe guardar para siempre en sus retinas, y con una amplia y contagiosa sonrisa cuando termina la conversación. Amable y cordial con sus compañeros, este luchador está escribiendo un libro donde contar su experiencia.
Una ilusión
Pablo tiene 56 años y es de Sevilla. «Después de unos problemas familiares me vi hace un año y medio durmiendo en la calle», explica. Desde entonces estuvo en un centro de baja exigencia para personas sin hogar y en el Centro de Acogida Municipal, pero tuvo que volver a la calle. Faltaban cinco días para que terminara la campaña de «Ola de Frío» en el Centro Miguel Mañara cuando él llamó a la puerta. «Les conté que llevaba un par de meses durmiendo en el suelo y me dolía la espalda», explica. Sor Magdalena le dejó pasar. A los cinco días tuvo que salir de nuevo, preparado con los demás con tiendas de campaña, pero era 13 de marzo y en el centro ya se olían lo peor. Le animaron a pasar de nuevo junto a 20 hombres y 10 mujeres sin hogar para pasar allí el confinamiento durante el Estado de Alarma.
«Ahora estoy a la espera de entrar en una Comunidad Terapéutica», explica ilusionado. Hace meses que no consume, estar en la calle le llevó a las adicciones. «Alguien toma al lado una cerveza, luego un porro, eso te lleva a otra cosa y cuando te das cuentas estás metido hasta el fondo», confiesa. Pero saldrá. Ya imagina cómo pasará por un piso de reinserción y luego un trabajo «acorde a mi edad». «Puedo estar de mantenimiento, he pasado por hoteles, restaurante, arreglando cosas...».
Le encanta participar en el taller de teatro y música del centro, también en el de marionetas y el del silencio. La ilusión se le ve en los ojos, como la que tiene por conocer a su nieta, recién nacida. «Sin la ayuda de centros como éste, personas en mi situación no tendrían la esperanza que tengo yo ahora», afirma.