Una familia pide ayuda en Sevilla para no quedarse en la calle

Flavia y Carlos llegaron hace dos años huyendo de Venezuela. Ahora sin trabajo y sin que nadie les quiera alquilar un piso tienen que abandonar el centro de refugiados junto a sus tres hijas pequeñas

Flavia y Carlos llegaron hace dos años a España con dos hijas pequeñas huyendo de la situación que vivían en Venezuela. Debido a la crisis que atraviesa el país habían perdido su trabajo  y atravesaban una complicada situación económica, pero no se decidieron a hacer las maletas hasta que su propia seguridad estaba en juego. «A mi esposo le estaba persiguiendo la Guardia Nacional por una protesta que hicimos, le dieron un disparo y estábamos bajo amenaza», explica Flavia a Sevilla Solidaria.

La familia pasó ocho meses en Tenerife en un Centro de Acogida de Solicitantes de Asilo de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) y desde el pasado octubre residen en un centro similar en La Rinconada. Este miércoles mismo se le acaba el plazo para permanecer allí y deben abandonarlo aún sin tener un piso donde quedarse.

Debido a un acuerdo entre los gobiernos de Venezuela y España, los venezolanos consiguen un permiso de residencia automáticamente tras un tiempo en el país. Esta familia lo ha conseguido pero dejan de ser solicitantes de asilo y de poder contar con la ayuda de CEAR. Desde que se lo notificaron hace 15 días los trabajadores de la entidad han estado llamando a todas las puertas pero no han conseguido ninguna ayuda efectiva. Flavia y Carlos no tienen empleo ni tampoco un lugar donde vivir pero tienen que abandonar el centro de acogida ya. «Justo antes del confinamiento mi esposo estaba en varios procesos de selección para trabajos pero se paralizaron todos», explica Flavia, que también se está moviendo para conseguir el suyo. Técnico electrónico especialista en sistemas de seguridad él y auxiliar de veterinaria ella. Rozaban un futuro mejor con la punta de los dedos, ya con tres hijas a su cargo, pero se desmoronó con la crisis del coronavirus, porque ahora lo ven todo más negro.

Tienen dinero para la fianza de un alquiler y los primeros meses gracias a una campaña que pusieron en marcha unos amigos desde México y la ayuda de Cáritas. Incluso el aval de una sobrina que vive en Murcia. «Pero no quieren alquilarnos, y cuando se enteran de que estábamos en un centro de refugiados vienen las preguntas incómodas», explica. «Así que no tenemos donde dormir, oficialmente estamos en situación de calle», continúa. A la espera de que puedan ofrecerle una solución, Flavia tiene miedo. De que separen a la familia. De meter a sus hijas, de 5, 3 y 1 año, en un lugar inapropiado. Solo quiere alquilar un piso, conseguir su empleo y vivir.

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