La familia que madres sin ningún apoyo han encontrado en Triana

El Hogar de Nazaret en Triana acoge a niños de madres que no tienen donde dejarlos mientras trabajan, muchas de ellas como empleadas de hogar internas

Un inusual silencio ha impregnado esta semana la casa del Hogar de Nazaret en las instalaciones de la Parroquia de San Joaquín en Triana. Risas, peleas, carreras, llantos, juegos y un enorme torrente de felicidad infantil inunda siempre esta morada. Diecisiete niños y tres bebés conviven cada día con las hermanas Antonia y Mari Carmen y con Ydelsa, una de las primeras madres a la que ayudaron y que ahora les echa ocho horas al día una mano, y las que se tercien. Estos días la mayoría de los chicos han estado de campamento de verano. Primero en San Nicolás del Puerto y Cazorla, y luego, en Chiclana.

La Familia Eclesial Hogar de Nazaret nació para ofrecer a niños y jóvenes en situación de riesgo un hogar con un ambiente lo más parecido a una familia. En el caso de Triana, la institución apoya a madres que no tienen con quién dejar a sus hijos mientras trabajan. Para siete de los niños aquí atendidos esta casa también es su hogar de noche porque sus madres están internas como empleadas del hogar.

Es el caso de Ludivia. Hace seis años que su marido la dejó sola con dos niñas de entonces 7 y 10 años. Colombiana, aquí no tenía ninguna red de apoyo. «Debía seguir adelante y para ganar un poco más tenía que trabajar de interna, porque por horas no podía con una hipoteca», recuerda esta vecina de la Barriada del Carmen. Fue el párroco de San Joaquín quién le habló del Hogar de Nazaret y su directora, Consuelo.

Ludivia en la terraza de la casa

Ludi, como la conoce su entorno, se emociona aún recordando los primeros días de aquella separación. Aparta la mirada y la voz se le entrecorta, pero acompañada de una sonrisa por todo lo que vino después. «Sentía que se me había destruido el hogar, fue muy duro», cuenta, «para mí y para ellas, me decían que lloraban a escondidas porque les daba vergüenza».

Pero los días pasaron y aquella casa desconocida se convirtió pronto en una familia. «Llegó un momento en el que cuando iba a visitarlas me saludaban y no me echaban más cuenta», bromea con una carcajada Ludi. Esta madre luchadora aprecia no solo la disposición de las hermanas, sino también la educación que prestan a sus hijas, ya adolescentes.

Ahora las jóvenes viven de nuevo con su madre, que trabaja actualmente con horas sueltas. Pero Ludi no descarta volver como interna a una casa si le surgiera la oportunidad. «Cuando volvieron conmigo notaba que echaban de menos el hogar», explica. La mayor incluso bajó la nota al principio acostumbrada a estudiar en otro ambiente. Pero pronto, volvió a las buenas calificaciones. Al fin y al cabo la vinculación con su segunda familia continúa cuando salen del colegio durante toda la tarde.

Los niños se ayudan unos a otros y se quieren como hermanos, con unas edades muy dispersas. «La labor de las hermanas no está pagada con nada», asegura Ydelsa, que prácticamente convive con ellas. «Sé que se levantan a las cinco de las mañana para no descuidar su vida espiritual», añade. Y luego llegan los desayunos, biberones, cambios de pañal, llevar y recoger del colegio y la guardería, el almuerzo para más de veinte, los estudios, los juegos.

Mari Carmen, Antonia y Ludivia junto a juguetes de los pequeños

Con ellos están además alojadas una mujer embarazada y dos madres con sus bebés a raíz del Proyecto Belén. Con esta iniciativa impulsada hace tres años, se acoge a mujeres en situación de exclusión que no tienen ningún apoyo, para que estén acompañadas durante su embarazo y cuarentena hasta que puedan independizarse. Una de ellas dio a luz en los días del confinamiento más duro. «Desde el 112 me dijeron que si tenía oportunidad la llevara al hospital en mi propio coche porque era inminente», recuerda Mari Carmen, «íbamos comiedo de que nos parara la policía».

Semanas extrañas e intensas las de marzo y abril de 2020, con siete niños sin poder salir a la calle y sin poder ver a sus madres. «A los más pequeños, sobre todo, les costó mucho», reconoce Mari Carmen. Las hijas de Ludi lo llevaron mejor ya que, al ser mayores, comprendían la situación de emergencia del país. «Hablábamos por teléfono todas las noches, aquí están a gusto», asegura.

Mari Carmen deja hablar a Ludivia e Ydelsa sobre el funcionamiento de la casa, mientras permanece, raro en ella, sentada en la butaca. Ella no para en todo el día, siempre disponible tanto para los niños como para sus madres. Las hermanas acompañan a las embarazas del Proyecto Belén a todas las citas médicas, para que no se sientan perdidas. Y se ofrecen a lo que se necesite. «Hace un tiempo me partí un brazo y venía aquí a comer todos los días», recuerda agradecida Ludivia. Se siente reconfortada por las mujeres en las que poco a poco se están convirtiendo sus hijas, gracias a los valores de los que están rodeadas.

Mientras otras mujeres tienen la suerte de contar con la ayuda de los abuelos o dinero con los que pagar a una niñera, Ludivia, Ydelsa y una decena de madres estaban desamparadas. Pero una puerta se les abrió cuando más lo necesitaban para no dejarlas nunca más solas.

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