«Por las noches solo pedía no despertar, ahora tengo ilusión por vivir»

La Asociación Nacional AFAR acoge a personas sin hogar al salir del hospital para ayudarles en la recuperación e inclusión

José Rueda tenía que ayudarse de un andador cuando llegó el pasado verano al centro de acogida para personas sin hogar «Manuel Ángel Cano» de la Asociación AFAR. Tras varias operaciones de columna y en espera de una prótesis, le debían ayudar en todo para poder valerse. Había pasado cinco meses hospitalizado, sin poder moverse. «Por las noches en el hospital solo pedía no despertar, empotrado en la cama», confiesa. No tenía ilusión por la recuperación porque nada le esperaba a la salida del hospital. Ni un hogar, ni una familia. Por no tener, no tenía ni a donde ir.

En este centro acogen a personas sin hogar que reciben el alta hospitalaria para atenderles en su convalecencia, derivadas por el Ayuntamiento de Sevilla a través del Centro de Orientación e Intervención Social (COIS) y las Unidades de Trabajo Social de los hospitales de Sevilla. Las causas son diversas, desde fracturas de cadera, una enfermedad que necesita un control o mientras reciben una quimioterapia. «Si una situación de calle es difícil, se complica con una dolencia; imagina tener un tratamiento del cáncer y tener que volver a la calle tras recibirlo», explica Rocío Candelario, trabajadora social.

A veces, la recuperación total no existe, y la función del centro es acompañarlos y darles un final digno, coordinados con paliativos. Otras, por suerte, una vida mejor les espera. «Además de la formación y la inclusión laboral, se trabaja con ellos todas las áreas, hay quien ha retomado el contacto con la familia y ha vuelto con ellos, también quien se ha trasladado a otro centro de personas sin hogar o, por ejemplo, recientemente un usuario se fue a una residencia de Jerez para mayores de 60 años», aporta Candelario. En el caso de José, se está trabajando el acceso a una vivienda tutelada para apoyarle en el salto a la independencia, ahora que está recuperado físicamente.

José corta verdura en la cocina acompañado por Antonio

«Mi ilusión es encontrar un trabajo y volver a vivir como una persona normal», confiesa este usuario. Recuerda como con 15 años tomó la alternativa en México y cómo terminó dedicándose a la hostelería junto a su padre años más tarde. «Pero entonces empecé a picotear con las drogas y me llevé hasta el 2000 de centro en centro, desde entonces nada de tabaco ni drogas», indica. Ya que la espalda no le permite volver a la cocina de un bar, piensa en trabajar como ordenanza o conserje, con trato con el público. A través de una técnico de Cocemfe y una alumna en prácticas de Trabajo Social y Educación Social, está trabajando con ganas para conseguirlo.

Una llamada anónima a una ambulancia

En el caso de Sebastián Jiménez fue un transeúnte que no conocía quien llamó a una ambulancia al verlo desmayado en la calle. El consumo le había debilitado el sistema inmunológico, débil, con una mala alimentación, sin acceso a un tratamiento, y con 59 años, su cuerpo no aguantaba más una vida sin hogar. «Pasé 22 días en el hospital y ahora los compañeros y los profesionales me ayudan a ver metas a medio plazo, a que el futuro ya no esté tan oscuro», explica. Tiene ganas de volver a estar con sus hermanos y sus sobrinos. «Ellos siempre se han volcado conmigo, pero en mi estado no quería estar cerca de ellos, me daba vergüenza, ahora quiero volver a ser quien era, trabajador, con gente buena como amigos».

Usuarios trabajan en el taller

Los once usuarios del centro tienen una rutina marcada -tienen doce plazas pero una está destinada al aislamiento para un caso de Covid-. Se encargan de la limpieza y la cocina, con un protocolo estricto para mayor seguridad por el Covid, aunque ya están todos vacunados. También participan en talleres y realizan pequeñas salidas por el barrio. O juegan a la petanca o el futbolín. El centro cuenta con una educadora, una terapeuta ocupacional, un monitoreducador, una trabajadora social, cuatro auxiliares y una persona de servicio. Además, del administrador y director compartido con el centro de acogida que AFAR gestiona en Alcalá de Guadaíra. La experiencia no falta aquí ya que la entidad cuenta con más de 33 años de atención a personas socialmente vulnerables o en situación de exclusión.

No todas las personas sin hogar deciden dejar que les ayuden, es una situación complicada. Pero quien opta por agarrarse a esta oportunidad cambia para siempre. En un lugar donde se sienten en familia. Antonio, otro de los usuarios, se echa a llorar cuando se le pregunta por el futuro, emocionado. «Estoy de maravilla ahora», dice cuando se recompone  y vuelve a bromear con su afición al Sevilla FC .

Antonio enseña su ropa en su habitación

Pasó tres meses en el hospital por una diabetes que no se trató como debería, mientras intentaba ganarse la vida aparcando coches. Y no podía volver a la casa de su pareja con la que había terminado la relación. Por eso, su opción fue el centro de AFAR. Tras ser operado de cataratas, ahora ve algo más, y puede andar con un calzado adaptado para los dedos que le faltan. En él y cada uno de sus compañeros se aprecia la ilusión, las ganas de vivir, y también el agradecimiento por recibir esa otra oportunidad.

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