Un restaurante del Porvenir, muestra de la profesionalidad de los alumnos con Síndrome de Down
Los alumnos de la Escuela de Hostelería de la Fundación + 21 no dudan cuando se trata de conceptos como la muletilla, la peana de la copa, el envasado al vacío o desbarasar los platos. Estos jóvenes, con Síndrome de Down, llevan apenas un mes y medio asistiendo a las clases que les imparte la profesora María Pérez en la Fundación Valentín de Madariaga y aplicando cada una de las enseñanzas en el restaurante Villa Carla en El Porvenir con su compañeros de trabajo como profesores.
En plena temporada de comidas navideñas, el restaurante tiene todas las reservas completas. A mediodía, antes de abrir, los alumnos se afanan con el resto de trabajadores en que todo esté perfecto y le dan un repaso a los conceptos con sus profesores, antes de recibir y atender a los clientes.

Ángeles, de 27 años, corta pimientos en la cocina, a las órdenes de su profesor y cocinero Víctor Venega. Aún quedan tres años por delante para terminar la formación pero ya sueña con conseguir un trabajo. Y aunque también disfruta en la cocina, lo que le llena es atender a los clientes a su llegada, por lo que le encantaría ser camarera de sala, aunque también confiesa haber soñado con ser actriz. «Cuando termine quiero trabajar en un catering de boda, como mi hermano, o a lo mejor también puedo hablar con mi tío, que trabaja un restaurante en Marbella», plantea adelantándose ya algunos años.
La escuela cuenta actualmente con seis alumnos, que durante este año descubrirán todo lo que engloba el trabajo en un restaurante. Ya en el segundo año decidirán si quieren enfocar sus estudios como ayudantes de cocina o camareros de sala. En Villa Carla trabajan mano a mano con los profesionales, entre los que se encuentran sus profesores, creando una inclusión que en el futuro deberán vivir en sus puestos de trabajo. «Cuando un hostelero les contrate no necesariamente van a estar rodeados de otros chicos con discapacidad, por eso es importante recrear lo que se van a encontrar en la realidad», explica Inmaculada Cuenca, presidenta de la Fundación.

Inmaculada lo ha puesto todo en este ambicioso proyecto, inspirada por su hija, Carla, también con Síndrome de Down. Su hija, con solo 16 años, aún no tiene claro qué estudiar de mayor, pero no sería de extrañar que acabara en la hostelería, porque se crió entre los fogones del Restaurante Los Remos, con Estrella Michelin, que llevan sus abuelos. «Me satisface ver este proyecto hecho realidad», explica Inmaculada, «ya solo por ver cómo les está gustando a los chicos y lo válidos que son. Los padres nos dicen que vienen felices y con ilusión, que no quieren faltar ni aunque estén malos».
La ilusión se aprecia en la sonrisa de Antonio, Paula y Nacho, que terminan de vestir la última mesa en el salón de la planta de arriba. En su caso Nacho y Paula, si tienen que elegir, se decantan por la cocina y Antonio por la sala. «Yo estoy aprendiendo contento y feliz, me gusta el “mise en place”, dejar los ingredientes preparados para la receta», concreta Nacho.

«Para ellos todo es muy nuevo, no solo tienen que adquirir hábitos, si no también vocabulario nuevo y otra forma de comportarse y relacionarse», indica María Pérez. Los alumnos se dirigen a ella con estima y rigurosidad, para dejar constancia de que sus enseñanzas les sirven. «Por ese esfuerzo les premio, como un desayuno especial o un picnic en el parque de María Luisa», revela.
Cuando el restaurante está a punto, los trabajadores y alumnos se reúnen en la mesa del patio, codo con codo, para comer antes de que comience el servicio. «Ellos pueden realizar su trabajo como cualquier otra persona, te diría que incluso mejor, porque cuando aprenden algo son muy perfeccionistas», explica María.
Cuando el curso termine, el restaurante tiene previsto contratar a dos de ellos, los mejores de la promoción en cocina y sala. «Tenemos que empezar dando ejemplo. La idea es que cuando salgan de aquí tengan contrato en otros restaurantes», indica Inmaculada poco antes de despedirse, ya que Villa Carla está a punto de abrir. Los adornos de Navidad dando vida y los fogones encendidos. Este restaurante es fuente de financiación para la escuela, por lo que comer aquí es una forma de colaborar con la fundación, pero, además, es ejemplo de la capacidad de estos chicos. Cuando Ángeles o Antonio les atiendan sabrán que no importa si cuentan con un exceso cromosómico o no, comer bien y sentirse bien atendido es lo único que debe primar al sentarse en la mesa.