Crónicas de un misionero sevillano: «Padrecito, hábleme de Dios»
Apenas pesaba 25 kilos, consumida por la enfermedad que iba degenerando su cuerpo lentamente. Postrada en una cama, con la visión ya perdida, esta adolescente de uno de los recintos (aldeas) de Quinindé (Ecuador) sólo pedía una cosa a Juan Luis cada vez que éste la visitaba: «Padrecito, hábleme de Dios». Ambos se recogían entonces en la oración de San Ignacio de Loyola: «Alma de Cristo, santifícame./Cuerpo de Cristo, sálvame...». La joven, con una voz profunda, repetía cada palabra del párroco sevillano asumiendo que «pronto iría a la casa del Señor», decía ella misma. «En ese momento se desmontó mi vida y me pregunté qué fe tenía en comparación con la de estas personas. En lugar de evangelizarlos, ellos lo hacen contigo», confiesa.
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