Adela, la recepcionista con 93 años de la Residencia San Eugenio
«Aquí estoy bien acompañada, con el Gran Poder y la Macarena detrás». Adela, con 93 años, señala los cuadros que tiene a su espalda. Hace 22 años que, desde la 9 de la mañana y de lunes a domingo, está tras el mostrador de la Residencia San Eugenio atendiendo a quien entra por la puerta y descolgando el teléfono cuando suena. A pesar de sus años, se levanta del asiento cada vez que alguien se acerca, lo hace en un gesto que realiza sin pensar, producto de la educación que recibió en su infancia.
Adela no es solo la cara visible de la Residencia San Eugenio, es una de sus 30 residentes. Luchó como muchos vecinos del barrio de Pío XII para que la Parroquia de Santa María de Las Flores pudiera abrir este centro que necesitaban los mayores de la zona. «Me vine al barrio cuando me casé, desde Gran Plaza donde vivía con mis padres, y desde entonces no me he movido», explica a Sevilla Solidaria. Se quedó viuda y se vio sola, ya que aunque cuenta con sobrinos que se preocupan por ella, no tiene hijos y sus hermanos fallecieron estando ella ya en la residencia.

Pero aquí no está sola y la edad no es impedimento para que Adela pueda seguir disfrutando haciendo lo que le gusta, sintiéndose útil. «Aplicamos en la residencia el método Montessori y procuramos que los mayores sigan realizando actividades», indica María Victoria Usero, directora de la residencia y de la guardería, que también gestiona la parroquia y donde aplican el mismo método. De este modo los ancianos se sienten productivos con lo que mejora su autoestima.
Paquita, de 87 años, se cruza con Adela en la entrada de la residencia porque tiene que ir al banco a unas gestiones. Asegura orgullosa que sigue haciendo sus recados. «Todos los miércoles, además, vamos a la guardería a contarle cuentos a los niños o a cantarles, yo les canto siempre "La casita rota está"», explica. Ambos centros tienen sus instalaciones una junta a la otra y desde la parroquia apuestan por una convivencia intergeneracional.

«Al principio cuando jugaban los niños en el recreo, los ancianos se asomaban desde los balcones de sus habitaciones a verlos. Nunca los junté en un principio pensando que les produciría melancolía porque muchos de nuestros ancianos no ven a sus nietos», explica Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp, párroco de Santa María de Las Flores. Pero resultó ser todo lo contrario, la guardería también forma parte ahora de su hogar. Hay días que los niños desayunan arriba con los mayores, y otros en los que los ancianos bajan.
El próximo viernes 14 de diciembre, tanto niños como mayores participarán en una actividad ilusionante para ellos: el belén viviente. «La ropa que nos ponemos la hacemos nosotros mismos», apunta Paquita. Además, en el mostrador de la entrada una cesta muestra algunos artículos de puntos para recaudar fondos para el belén con su venta. Paquita lleva en la residencia desde hace 17 años y destaca el «buen ambiente que tenemos». Tiene dos hijos pero viven en Las Palmas y no pueden venir tanto como a ella le gustaría.

«Los residentes se les cambia la cara cuando llegan aquí, se les nota la alegría», apunta Jiménez Sánchez-Dalp. «Son mayores válidos que estaban solos y continuar en su vivienda ya no era factible, piensa que hay pisos por aquí que son un tercero o un cuarto sin ascensor, por ejemplo». La residencia, al igual que mantiene un contacto continuo con la guardería, también lo hace con la parroquia, de la que todos forman una gran familia. De hecho «la mayoría son feligreses que acaban en la residencia. Al igual que los padres de muchos de los niños de la guardería se han casado aquí», explica Ignacio. También son de Santa María de Las Flores el profesorado y las empleadas, «personas involucradas en la parroquia con su carrera y su especialidad».
La parroquia entera se vuelca así, como una familia, para que, desde la primera época de la vida hasta la última, toda persona esté bien tratada. Jóvenes ayudan a otros en los estudios si en sus casas no pueden dedicarle tiempo, voluntarios atienden a personas sin recursos a través de Cáritas, o vecinos se ofrecen a «adoptar a un mayor» para cubrir su mantenimiento en la residencia. Todo para que a nadie la falte una sonrisa como la que luce Adela en la recepción. «Es la forma de sumar vida a los años», concluye el párroco.