Jóvenes Solidarios

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«No quiero volver a ser la que era antes de irme a Malawi»

Los doce meses que Laura Madera pasó en Mtendere la cambiaron por completo, mientras coordinaba los programas de cooperación de la fundación sevillana Solidaridad Candelaria

Cuando a Laura Madera le preguntaban sus vecinos en Malawi qué era lo que más le gustaba del país, siempre contestaba lo mismo: el cielo. Libre de contaminación atmosférica y lumínica, miles de estrellas se apreciaban de noche en la infinita negrura y los atardeceres eran más anaranjados y violáceos que nunca. No se cansó de mirar hacia arriba el año que pasó en Mtendere, la localidad donde realizó su voluntariado. Doce meses que la cambiaron por completo. «No quiero volver a ser la que era», asegura Laura a Sevilla Solidaria.

Tras sufrir «burn out» en la empresa donde trabajaba, esta psicóloga gaditana de 30 años puso sobre la mesa un sueño que la había acompañado desde que era casi una niña: ayudar como cooperante en otros países. Fue la casualidad la que la cruzó con Lola, subdirectora de la fundación sevillana Solidaridad Candelaria. Una ONG comprometida en combatir la pobreza en el barrio de la Candelaria pero que nació por iniciar proyectos de cooperación en Malawi, que aún continúan y crecen.

Laura no lo dudó. Viajó en septiembre de 2019 con el presidente de la asociación, Pepe Verdugo, que estuvo con ella un mes. Luego era la única española en Mtendere. «Es lo bueno de este voluntariado, es una gran inmersión cultural, vives en un sitio rural con personas autóctonas, yo era la única blanca allí», asegura con una sonrisa. «Solemos tener uno o dos voluntarios que nos sirven de enlace», explica el presidente, «por suerte, siempre ha habido personas dispuestas y nunca nos han faltado».

Para Laura, pronto aquellos desconocidos de Mtendere se convirtieron en amigos, y trabajaron juntos por hacer de aquella comunidad un lugar mejor. «Con lo poquito que das, recibes el triple», asegura. Destaca a su amigo George, encargado de contabilidad en el hospital, con el que solía pasear. «Me hacía los días muy amenos», cuenta.

Aunque no todo era perfecto, porque si estaba allí era para ayudar a mejorar las condiciones de quienes vivían en esta aldea. «A nivel sanitario, en el hospital se necesita material básico, como un electro o una máquina de oxígeno, y la mayoría de familias viven en una habitación sin agua ni electricidad», cuenta. A Laura le llamó especialmente la atención la gran resiliencia que apreció y «el nivel de gratitud de la pequeñas cosas, el decir "hoy tengo comida en la mesa, lo voy a celebrar"». «Recuerdo a una mujer con elefantiasis, que seguía trabajando», continúa, «me sorprendió su fortaleza y el papel tan importante de la mujer, que son las que levantan el país sin tener voz».

La labor del voluntario es coordinar todos los programas de la fundación, cada uno de ellos gestionado por una persona local, y localizar posibles necesidades que se puedan cubrir. Cuenta con programas tanto sanitarios como de ámbito social. Desde clínicas móviles, atención a pacientes crónicos, huérfanos o personas con albinismo, a otras iniciativas de desarrollo comunitario como la creación de pozos, la alfabetización de mujeres adultas o la construcción de escuelas.

La pandemia la vivió Laura con mucha menos intensidad que lo que le contaba su familia desde España, ya que al ser una aldea aislada apenas hubo casos. Aunque sí le afectó a la hora de conseguir un vuelo para volver a casa. Al llegar al aeropuerto en Madrid encontró un país muy diferente al que dejó, no solo por las medidas de seguridad que encontró para combatir la pandemia, sino porque los ojos que lo miraban eran diferentes. África ha quedado para siempre en su corazón.

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