Jóvenes Solidarios

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Víctor, el voluntario más joven del comedor social de Triana

El trasiego en el comedor este verano ha sido muy diferente al que Víctor vivió el año pasado

«Cuando bailo en un escenario me olvido del mundo, aquí en el comedor me pasa lo mismo, solo pienso en las personas que tengo delante y que no tienen para comer». Víctor García, con 21 años, es el voluntario más joven del comedor social de Triana. Lo conoce de primera mano puesto que su tía, Sor Mari Carmen, es una de las hermanas de las Hijas de la Caridad que gestionan este recurso que da de comer a más de 250 personas a diario. Él estudia pedagogía de la danza clásica en Madrid pero cada vez que baja a Sevilla aprovecha para echar una mano en el barrio donde nació.

Vïctor se incorporó a finales de junio al voluntariado ya que durante el Estado de Alarma, para una mayor seguridad, la entidad no contó con voluntarios. Tanto las hermanas como el personal contratado tuvo que redoblar sus esfuerzos para atender la alta demanda. Así que, al llegar, este joven se encontró con un trasiego en el comedor muy diferente al que vivió el verano pasado o las últimas navidades. No tiene que servir en las mesas a los comensales, ni puede hablar sin prisa con ellos. Ahora los atiende tras una mampara de metraquilato, de forma rápida, para que la cola avance rápido y la distancia de seguridad entre ellos se siga manteniendo. Aún así, el ambiente sigue siendo completamente cálido. Sí, a pesar del escaso minuto de conversación, a pesar de que quienes sirven los menús llevan mascarillas, pantallas, batas y guantes, como si de cirujanos se tratasen.

Víctor, el voluntario más joven del comedor de Triana

Junto a Víctor, reparte Andrea, la limpiadora del comedor. También Marta, trabajadora social. Comenzaron antes de las 12.00 y terminarán más tarde de las 13,00 para hacer llegar cerca de 260 menús. Los tres entregan a los beneficiarios ensalada de pasta o aliño de patatas, junto con un pescado con tomate y verduras, una pieza de fruta, leche y un bocadillo para la noche. Un menús que cambia cada día. Cuando alguien se retrasa en la cola, le llaman por su nombre. «Paco, vamos, es tu turno». También saben quien es musulmán para su menú sin cerdo. «Hombre, Juan, si te has pelado, qué cambio», se asombra una de las hermanas desde atrás, que se ha acercado por si necesitaban algo.

En la calle, el padre Manuel y Javier, que antes de que la pandemia sobreviniera trabajaba en acogida, procura que la cola avance y toman los datos de quienes allí están. Las hermanas han traído los menús desde la cocina donde el resto de voluntarios, todos mayores, colaboran haciendo la comida o empacando éstas. Cuando se supera cierta edad es fundamental evitar un innecesario contacto social, aunque se guarden todas las medidas de seguridad. Otros voluntarios, antes habituales, se quedan en sus casas. En el comedor no quieren que población de riesgo se exponga por querer ayudar a los demás.
Víctor es un golpe de aire fresco. «Les ves la cara de felicidad y lo agradecidos que son... y te llena», explica rotundo.

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