«Se han jugado la vida por una oportunidad, si se la das la van a aprovechar al máximo»
Diferentes culturas se cruzan en los pasillos del edificio sede de la Fundación Don Bosco en el Polígono Sur. En una clase con quince jóvenes pueden darse 6 ó 7 nacionalidades. Pero nadie mira al otro como diferente, a pesar de los rasgos, de la religión, o del idioma. Son simplemente jóvenes en situación de exclusión -así como otros muchos colectivos- a los que han puesto por delante una oportunidad que no piensan soltar. Antonio Mengual, director territorial de la fundación, anima al sector empresarial a confiar en ellos abogando por todo el potencial de estos chicos que cuando llegan a la empresa han pasado por un completo proceso de formación y preparación previo en Don Bosco.
—¿Con qué proyectos cuenta la Fundación Don Bosco?
—Se dividen en tres grandes bloques. empezamos con el residencial y luego continuamos con la inserción socioeducativa y la inserción sociolaboral. A principios de los 90 la fundación comenzó con dos pisos para menores tutelados y en torno a los 2000 abre el piso de jóvenes extutelados. Los menores crecieron y tuvieron otras necesidades. Así surgen el resto de proyectos.
—En el último paso de búsqueda de empleo, ¿se involucran las empresas?
—Tenemos convenios con cientos de empresas de Sevilla y alrededores, y muchas llevan con nosotros desde que empezamos en 2002. Ven al final que jóvenes inmigrantes tienen una gran predisposición hacia el trabajo porque ellos se han jugado la vida para venir aquí por una oportunidad y una vez que la tienen la aprovechan al máximo.
—¿Tienes casos de éxitos llamativos entre vuestros beneficiarios?
—Tenemos muchos. Tuvimos a un chico marroquí que llegó a los pisos con muchísimos problemas para sacar la ESO por el idioma y luego terminó una ingeniería de materiales en la Universidad de Sevilla. O Ismael, que llegó como inmigrante con mucho miedo e inseguridad, lo formamos aquí y ahora trabaja en Abantal, el único restaurante con Estrella Michelín de Sevilla.

—Apostáis por la educación
—Sí, tenemos también chicos que salieron del sistema educativo tradicional y lo reenganchamos con la Escuela de Segunda Oportunidad. Piensa que hay chicos en el barrio que se pasan hasta las 4 de la mañana con el móvil y se despiertan a las 3, así es imposible construir nada. Los acostumbramos a una puntualidad, vemos cuáles son sus intereses, y acaban enganchándose. Sacan la ESO o un ciclo de grado medio. Queremos hacerles entender que sin estudios están abocados a un trabajo precario toda la vida.
—¿Cuál ha sido el último proyecto puesto en marcha?
—El pasado año abrimos una casa para refugiados que nos deriva el Ministerios, todos jóvenes que están solos. Y es que el perfil de nuestro beneficiario es diverso. Desde jóvenes inmigrantes o nacionales que no tienen formación a parados de larga duración, mujeres víctimas de maltrato, exreclusos... todos personas que tienen alguna dificultad.

—¿Y el próximo reto?
—El gran reto es el reconocimiento institucional de la Escuela de Segunda Oportunidad, que pueda incluso expedir títulos oficiales para los chicos.
—¿Está funcionado Occhiena, la central de moda ética que puso en marcha la fundación?
—Trabajar dentro del ámbito textil es complicado porque, por desgracia, hay mucha economía sumergida. Pero, a pesar de eso, estamos funcionando bastante bien después de más de seis años. Vamos encontrando cada vez más clientes que quieren trabajar en A y con mujeres en riesgo de exclusión. Ahora mismo tenemos 8 trabajadoras y vamos ampliando colecciones. El nivel de costura es bastante alto ahora mismo.
—¿Os enfrentáis a muchos prejuicios?
—Lo primero que te preguntan cuando alguien viene al barrio es qué hacer con el coche, Ya aquí, preguntan si estamos realmente en Las Tres Mil. Sí, pero no la que tú tienes en la cabeza.