María Fraile (Orden de Malta): “Lo más difícil es saber que cuando volvemos a casa, ellos siguen en la calle”
Son las siete de la mañana de un sábado y Sevilla todavía no se ha despertado. Apenas existe el runrún de algunos madrugadores o de personas trasnochadoras. Sin embargo, en el corazón de la ciudad, en la calle Mendigorria, varias personas con chaquetas rojas llevan un rato encerrados en una cocina preparando café, calentando leche y metiendo magdalenas en grandes carros. Son los voluntarios de la Orden de Malta, y se preparan para patear las calles con el objetivo de llenar los estómagos de algunas de las personas que viven en ellas.
Cada fin de semana, grupos de voluntarios vestidos con chaquetas rojas salen a horas intempestivas para repartir un poco de café, esperanza y comida a los cientos de personas que duermen en bancos y soportales del centro de Sevilla. Llevan años haciendo esto, y el agradecimiento que reciben es inmenso.
Una de las líderes de los voluntarios es María Fraile, que empezó a vincularse a la Orden de Malta cuando era pequeña gracias a su familia. Un sábado al mes, coordina la salida de un grupo de jóvenes voluntarios, entre los que se encuentran un primo suyo y tres amigos.
María confiesa que no es fácil hacer esta labor, y que cuesta salir de la cama un sábado tan temprano, aunque sea con un buen fin. Los pasos que siguen siempre son los mismos. Se reúne temprano con el grupo para preparar el desayuno, que consiste en termos de café y leche, cacao en polvo y magdalenas, en la cocina de la sede de la Orden de Malta, que también cuenta con un amplio comedor para dar comida a personas sin techo.
Una vez preparado el desayuno, los voluntarios se enfundan sus chalecos rojos que sirven de distintivo y salen a la calle. En la puerta de la sede de la Orden de Malta ya les espera una persona que ansía el calor que aporta el café. Los voluntarios se paran a hablar con él, le conocen de las miles de salidas que llevan a sus espaldas, y después de unos minutos, prosiguen su camino en busca de otra persona necesitada.
Y así una detrás de otra, recorren la calle San Vicente, llegan hasta la Plaza del Museo, se internan en San Eloy hasta la Plaza de la Magdalena y luego siguen por Rioja y Tetuán hasta Plaza Nueva. Después, siguen su recorrido por el centro de Sevilla, las Setas, hasta llegar a la Plaza de Santa Isabel, la última parada donde le esperan, y luego emprenden el camino de vuelta.
Durante el recorrido han repartido desayuno, comida y calor a cientos de personas, algunas ya conocidas, otras caras nuevas, unos con ganas de charlar y otros que sólo esperan un café y una sonrisa. El madrugón siempre vale la pena, confiesa María, que añade que lo más difícil de su experiencia como voluntaria "es volver a casa y saber que ellos siguen en la calle".