«Lo mejor ha sido ver sonreír a los niños tras todos estos meses»

La hermana Lolín coordina el proyecto Maparra, desarrollado por Cáritas de la parroquia Jesús Obrero, y ha mantenido su escuela de verano para 50 niños del Polígono Sur

La hermana Lolín se considera una «ciudadana del mundo». Esta religiosa madrileña de la congregación de Jesús-María ha dejado su huella en Madrid, Alicante, Granada, Bilbao y Tánger. Está feliz de haber contribuido a construir en la ciudad marroquí una casa de acogida para niñas con graves problemas. Desde el pasado septiembre pone su alma en el Polígono Sur, donde coordina el programa Maparra, un proyecto de refuerzo escolar de Cáritas de la parroquia Jesús Obrero donde un centenar de niños y adolescentes disfrutan tres días a la semana de actividades culturales, de ocio y refuerzo educativo. Son actividades que, debido al estado de alarma, tuvieron que anularse. Lolín ha hecho todo lo posible para que siguiera adelante la escuela de verano que se celebra cada año y que finalmente ha tenido lugar desde el 29 de junio al 17 de julio. De entre todos los voluntarios que entregan su tiempo para que esto sea posible, Alberto y Chari son de los que más responsabilidad acarrean, y Lolín se asegura de que tengan su reconocimiento tras contestar a las preguntas de Sevilla Solidaria.

Lolín junto a Alberto y Chari

—¿Por qué era tan necesaria la escuela de verano?

—Porque estos niños tenían que salir de sus casas, casas muy pequeñas. En el barrio el confinamiento ha sido relativo, pero los menores sí han permanecido recluidos. Nos parecía una injusticia no hacerlo.

—¿Cómo se ha desarrollado?

—Teníamos planeado una escuela de verano en torno a Magallanes, pero lo hemos tenido que modificar todo y anular las salidas culturales y a la playa. Al Comisionado del Polígono Sur le gustó mucho cómo teníamos planteado todo. Alberto pintó las clases para higienizarlas. Hemos movido los pupitres calculando la distancia. Hemos acogido a la mitad de niños, un total de 50, cada uno con un sitio fijo. Fundamental el lavado de manos y la mascarilla. Y los mismos voluntarios nos ayudaban a fregar todas las superficies al final de la jornada.

—¿Cómo es vuestro voluntariado?

—Cuando se decretó el estado de alarma teníamos 86 voluntarios apuntados para 88 alumnos, con lo que conseguíamos dos o tres por clase. Hay mucho estudiante. Y, en especial los voluntarios jubilados son estupendos, se involucran. Un voluntario maravilloso fue un refugiado que estaba a la espera de asilo en España. Era muy fiel al proyecto.

—¿Quiénes más os han ayudado a poner en marcha la escuela de verano?

—Fundamentalmente desde el proyecto Fraternitas desde donde se ha conectado con las hermandades y la Fundación El Gancho Infantil que nos han mandado voluntarios, tablets y mascarillas. Maruja Vilches es el vínculo, una mujer a la que preocupan mucho los niños del Polígono.

—¿Cómo se han portado los menores?

—Muy bien, han disfrutado muchísimo, jugando, haciendo manualidades, aprendiendo sobre la naturaleza... son como esponjas si se les trata con cariño. Los recibimos el primer día animando a darnos abrazos nosotros mismos, porque venían disparados a abrazarnos. Creemos que es muy importante mantener el vínculo afectivo. Además, todo lo que han aprendido sobre la seguridad ante el Covid-19 lo incorporan en sus casas.

Un total de 50 niños han participado en la escuela de verano del proyecto Maparra

—¿Cómo les ha afectado el confinamiento en el plano educativo?

—En el proyecto hemos hecho hincapié en recuperar el curso, reforzando su conocimiento de lengua, matemáticas e inglés, sobre todo desde sexto de primaria a bachillerato. Durante el confinamiento hemos tenido siete voluntarios ayudando a los niños. Nos hemos encontrado la brecha digital, aunque en el Polígono los profesores de institutos son muy vocacionales e incluso han estado mandado por Whatsapp la materia a los niños y adolescentes.

—¿Y cómo se ayudó a las familias?

—Prácticamente hemos actuado como trabajadores sociales, conectando con las familias para ver cómo resolvían los problemas de alimentación o para que se registraran en los servicios sociales. Desde un principio se organiza en el barrio un comisión de emergencia en el Polígono Sur. Alberto les ayuda en el reparto de menús y yo actualizando la base de datos de los niños del proyecto Maparra y sus familias. La verdad, es que se ha hecho mucho en el Polígono Sur estos meses desde distintas entidades y asociaciones.

—¿Qué otros proyectos lleváis a cabo desde Jesús-María?

—Somos tres hermanas en la comunidad. Cada una encargada de un proyecto. Además de Maparra, contamos con la Escuela Infantil La Providencia, donde atienden a más de 100 niños, y el Proyecto de Mujer Isabel Arias de Cáritas con taller de alfabetización, de arte, y un proyecto de promoción e inserción laboral de chicas jóvenes, con reciclado de ropa y tienda. Las tres hemos estado en contacto con las familias durante el confinamiento. La alimentación era fundamental pero también la escucha.

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